
Goldchluk, “Archivos latinoamericanos” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 9 / Diciembre 2020 / pp. 243-260 254 ISSN 2422-5932
del anacronismo constitutivo del arte.
La tarea, como dije, no se detuvo y
fue mostrando que lejos de descorporizar el archivo, la digitalización lo
dotaba de un segundo cuerpo que tenía sus propios atributos y su lógica
específica. Tener acceso remoto a las imágenes de un archivo implica un
movimiento de democratización fundamental, pero es necesario dar a conocer
al mismo tiempo una información que incluya la posibilidad de acceder al
archivo que generó su doble y, muy especialmente, una descripción de los
criterios de organización y condiciones de exposición (Gómez-Moya, 2011).
De otro modo, el archivo en papel se desvanece como si las imágenes lo
reemplazaran en lugar de señalarlo y el peligro que acecha la
desmaterialización de la escritura se vuelve doble: no sólo reduce los
manuscritos a una pura semiosis transportable sin resto, sino que implica una
privatización de la lectura a partir de la construcción de un relato que se
presenta como natural. Calvente y Calvente (2018), advierten que “la
presencia y el acceso de los materiales en la web no significa que sean vistos,
que sean mirados desde una práctica de lectura diferente a la canónica, que es
una mirada que encuentra lo que busca” (s/p). El cuerpo digital del archivo
está ahí, pero para que sea visto como lectura y no como naturaleza se
propone una intervención poética análoga a la realizada en el Album Puig
(Rasic, 2017), cuya realización implicó imprimir un libro en papel a partir de
un montaje donde se considera el aspecto visilegible de los manuscritos
(Grésillon, 1994). Para Paula y Victoria Calvente, esto se traduce en el
Valor tanto de lo que se lee, se decodifica textualmente, como de lo que se ve
o muestran los papeles, desde la condición del soporte (decoloración del
papel, rotura) hasta el tipo de pieza de que se trate (sobres, hojas, radiografías,
etc.) (2018: s/p).
El tiempo del archivo es, en sí mismo, anacrónico. Al ser regido por “la lógica retrospectiva del futuro
anterior” (Derrida, 1997: 17), supone la convivencia de dos “tiempos heterogéneos” (Didi-Huberman, 2011:
107) en los cuales origen y comienzo se debaten. Esta multitemporalidad es experimentada cuando realizamos
el trabajo de transcripción y ordenamiento cronológico de los documentos. Con frecuencia, ese ordenamiento
necesario para la lectura es apenas una hipótesis orientadora, y la determinación de las diferentes campañas de
lectura y reescritura hacen ver que el camino trazado es uno entre otros posibles. La mejor cura contra la idea
de un orden cronológico es la transcripción detallada de un capítulo de novela, que –si está hecha a
conciencia– redunda en un mapa de escritura más que en un relato ordenado de ese proceso. En otra
dimensión, el tiempo del archivo abre el tiempo aparentemente homogéneo de una obra publicada en
determinado año, bajo tales circunstancias históricas. “Leer desde el archivo, tener al archivo como política de
lectura, no implica siempre o únicamente buscar manuscritos para ver de dónde salió una ocurrencia, sino –
como señalamos– pensar en las relaciones de esa consignación como afectaciones imprevisibles, y al mismo
tiempo negarnos a resignar en un recorte a priori qué retazos entran en la obra, o realizar clasificaciones
cronológicas tales como ‘obras de tal o cual período’, que son desmentidos permanentemente por la
insistencia de presencias que surgen únicamente de la lectura del archivo del modo como podamos llegar a
leerlo durante nuestro trabajo” (Goldchluk y Stedile Luna, 2012).